Tlapalería Brunsviga https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net Historias, ideas y reflexiones de todos colores Thu, 10 Apr 2025 15:03:28 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.8.2 Un boleto de ida y dos valijas de sueños https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2025/04/10/un-boleto-de-ida-y-dos-valijas https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2025/04/10/un-boleto-de-ida-y-dos-valijas#respond Thu, 10 Apr 2025 14:00:59 +0000 https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=415 Hace 25 años, aquella radiante tarde del 10 de abril, arribé a las tierras germanas, a Stuttgart para ser precisos, con un boleto sólo de ida y dos valijas llenas de sueños y buenos augurios del I-Ching. Aunque no sabia siquiera dónde pasaría la primera noche no estaba atemorizado. Afortunadamente mis temores estaban bien empacados en el fondo de las valijas. Por el contrario, tenía un sentimiento de ligereza y libertad como no lo había sentido jamás.

Llegué con vientos favorables en un tiempo en que la migración en Alemania se transformaba; pasaba de requerir sólo mano de obra industrial poco calificada a buscar atraer desesperadamente expertos tecnológicos altamente calificados dada la gran demanda, principalmente en sector de Tecnología de la Información, para cubrir una necesaria y a la vez titánica transformación digital. Para ello el gobierno de Gerhard Schröder introdujo un sistema de «green card», el cuál pude aprovechar ya que permitía a los especialistas quedarse en el país mientras tuvieran trabajo.

En 2025, las políticas migratorias se han vuelto a transformar. En teoría hoy es más fácil migrar a Alemania, por ejemplo la inmigración se ha diversificado a otros sectores, como el de salud y educación, y al mismo tiempo se han simplificado y acelerado los procesos de reconocimientos de títulos extranjeros, que en el 2000 eran lentos y complejos. Sin embargo hay un clamor de un cierto sector político por restringir la inmigración e incluso cerrar fronteras que ha influido en la adopción de políticas más restrictivas, reflejando una creciente polarización y tensiones en el debate público sobre inmigración y seguridad.

Si bien migrar es algo natural y característico de los seres humanos, las causas son complejas e intrincadas. Sé que mi caso no es para nada representativo. La falta de oportunidades en sus países de origen, la falta de seguridad para sus familias o incluso guerras obligan a la gran parte de los migrantes del planeta a salir en busca de dignificar sus vidas y las de sus familiares. Lamentablemente no hay soluciones fáciles al fenómeno, pero sin claudicar en la búsqueda hoy tomo un respiro para externar mi agradecimiento: He sido muy afortunado, yo pude emigrar voluntariamente para seguir mis sueños y aquellos buenos augurios que llevaba conmigo se cumplieron a cabalidad. Veinticinco años después no sólo le agradezco profundamente al libro de las mutaciones por sus consejos, ni a Beethoven que con su música me sedujo, ni a la críptica lengua de Goethe y Schiller, a quién al igual que Borges busqué en conciencia plena para vivir un romance con ella, sino sobre todo a esta tierra de músicos, de artistas, de pensadores, de poetas, de científicos, de ingenieros, y lo más importante, de amigos, que desde el principio me acogió, y me ha servido de suelo fértil para echar raíces y que es la tierra donde nació mi hijo, donde yo renací, donde tengo ahora una nueva familia y donde también soy parte de una sociedad que tiene muchos retos por afrontar y que quiero ayudar a transformar. Yo soy de aquí y soy de allá.

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Aquél día de abril https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2020/04/09/aquel-dia-de-abril https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2020/04/09/aquel-dia-de-abril#comments Thu, 09 Apr 2020 05:02:00 +0000 https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=397 Recuerdo un día soleado de primavera del año 2000, para ser precisos era el 9 de Abril, la calle dónde vivía estaba vestida del violeta de las jacarandas, como suele hacerlo todos los años después del equinoccio, era pues un día normal en apariencia, todo transcurría como había sido por mucho tiempo. La diferencia esta vez radicaba en que me encontraba empacando toda mi vida en dos valijas, bueno una iba llena de libros de mis estudios de ingeniería y que consideraba indispensables; entre otros títulos destacaban Ingeniería de control moderna, Ecuaciones diferenciales y Principios de electrónica. Eran algo así como mi equipo de supervivencia para una maestría en Alemania.

La otra maleta estaba abierta sobre la cama. Allí iba colocando el resto: algo de ropa, quizá algo de comida mexicana, una cámara fotográfica y un par de recuerdos de mi familia. Por suerte ya me había aligerado de equipaje en los últimos meses. Había desmantelado mi laboratorio de electrónica, cuarto oscuro y taller de bicicletas y vendido el equipo. Así mismo mi tía Cirina me compró el mobiliario de la oficina que tenía para su nuevo consultorio. Había reducido considerablemente los objetos a transportar.

Al lado de la maleta estaba una carta de despedida para mi exnovia, que a la sazón recién se había mudado a Berlín, mi pasaporte y un boleto «sólo de ida» a Stuttgart, Alemania. Cerré la maleta, metí la carta, el boleto y el pasaporte en el equipaje de mano. Eché un último vistazo a mi habitación y bajé con el equipaje. Al pie de la escalera me esperaban Hegel y Billie con una pelota en el hocico. Aunque no era la hora habitual, quizá porque intuían que me ausentaría por un largo tiempo, esperaban jugar como solíamos hacerlo; yo rebotaba la pelota contra la pared y ellos competían por atraparla en el aire. El que lo lograba escapaba con la pelota a toda velocidad y los otros dos corríamos detrás  para quitársela hasta conseguirlo. Billie era muy ágil y podía dar brincos de casi dos metros, mientras Hegel, quién a juzgar por su apariencia sería más un Nietzsche desaliñado, era muy sagaz, manteniéndose a la expectativa hasta reconocer cualquier pequeño titubeo de Billie y poder contraatacar para hacerse de la preciada bola de goma. Pero esta vez sería diferente. Primero acaricié la cabeza a cada uno, luego los estrujé con fuerza, me  despedí de ellos y salí de la casa. Antes de abordar el auto me volví para mirar «mi casita roja» dónde había pasado toda la infancia y gran parte de la juventud. Hegel y Billie me observaban desde la ventana.

En el auto me esperaba ya mi madre. Mi hermana colocaba su silla de ruedas en el portaequipaje. Mi padre y el entonces novio de mi hermana me ayudaron a hacer lo propio con mis maletas. Así abordamos todos al auto y partimos rumbo al aeropuerto. Poco a poco fui perdiendo de vista la fachada roja entre el violeta de la calle. Yo no estaba especialmente emocionado y no quería pensar en el significado de ese momento. Eso lo dejé para un día como hoy, más de 20 años después. También para mi familia siento que todo transcurría de manera normal, como si se tratara de otro de los viajes a los que me habían ido a despedir al aeropuerto.

Ya en el aeropuerto llevaba yo a mi madre en su silla de ruedas, mi hermana llevaba una de mis maletas, al parecer la más ligera, mientras que su novio  arrastraba con dificultad mi biblioteca de ingeniería… quiero decir mi equipo de supervivencia. Llegamos a la puerta de salidas internacionales y ahí tomamos algunas fotos. Justo ahora tengo una de esas fotos frente a mí: Mi madre está al centro en su silla, detrás estamos mi padre, mi hermana y entre ellos yo abrazando a ambos. También abrazaba entonces a mis sobrinos sin saberlo, quienes estaban ya en el vientre de mi hermana. Destaca que mi padre y yo, cortados del mismo palo, portamos camisas cuadradas y pantalones de mezclilla, quizá respetando el código de vestir no escrito de los ingenieros. La única diferencia es que en la bolsa de la camisa llevo el pasaporte y un bolígrafo. Se percibe una ligereza en la imagen; todos sonreímos y no pensamos en el tiempo que dejaríamos de vernos. Era comparable a la primera despedida que tuve de mis padres, cuando no tenía 3 años cumplidos y me llevaron por primera vez al Kindergarten, aunque mi estilo de vestir era muy diferente y mucho más elegante, debo decir: Llevaba un saco de tela de mascota, pantalón negro, zapatos blancos y una boina, lo que me hacía ver como un mini Sherlock Holmes caminando muy decidido y sonriente al entrar al Kindergarten. No obstante pensaban mis padres que en algún momento iba a romper en llanto, pero cuando llegué a la entrada, me volví y les dije: «Ya váyanse a la casa». Así fue aquella vez también; después de tomar la foto nos abrazamos para despedirnos y crucé por el puesto de revisión. Una vez del otro lado me volví y los veía agitar las manos en lo alto haciéndome llegar buenos augurios. También agitaba la mano caminando de espaldas por el corredor hasta que los perdí de vista.

Aparte de los de mi familia, llevaba conmigo otro buen augurio del milenario I-Ching o libro de las mutaciones. Sucedió un par de meses atrás en una clase de alemán. Un compañero y a la postre muy buen amigo hacía una presentación sobre la traducción al alemán de aquél libro de sabiduría escrito en chino hace más de 2000 años y sin ningún tipo de puntuación. Fue escrito en cañas de bambú atadas entre sí con hilos de fibras naturales. Con el paso de los siglos esas fibras se desintegraron ocasionando que se perdiera el orden de las frases. Hacer una interpretación en chino era ya un reto en sí, por lo que una traducción a cualquier idioma se consideraba una proeza. Mi amigo nos contó todo esto y también que quién había logrado tal hazaña fue el reconocido sinólogo Richard Wilhelm. Usando esa célebre traducción nos explicó también cómo consultar el oráculo: Se le hace una pregunta mental, se lanzan 3 monedas 6 veces para formar un hexagrama y luego se procede a buscar dicho hexagrama en una tabla dónde se encuentra asociado a un capítulo, el cual brindará la respuesta a la pregunta planteada. Después de la explicación nos preguntó si alguien se ofrecía como voluntario para una demostración. Sin pensarlo mucho yo me levanté.

Desde que era niño había tenido la inquietud de vivir en Alemania. Todo comenzó cuando tendría 11 años y revisaba con interés la colección musical de acetatos de mi padre. Tenía gran diversidad de géneros, algo de música en inglés de los 60s, 70s, y 80s, música de mariachi,  música tropical para bailar (o lo que yo llamaba «música de caballos») y la gran mayoría eran de música «clásica». Me llamó pues la atención un álbum por su grosor. Al abrirlo me di cuenta que había un panfleto con texto en su mayoría en inglés, del cual conocía algunas palabras por lo que lo podía reconocer, pero en las páginas centrales había un texto en un idioma críptico e ininteligible para mí. Me preguntaba con mucha curiosidad por lo que ahí podría estar codificado, así que sin pensarlo coloque el disco en el tornamesa y quedé fascinado por la música. Otro día mi padre me contó que el texto era la «Oda a la alegría» de Schiller y la música la novena sinfonía de Beethoven. Aunque no me hizo poder entender aquél lenguaje críptico pude sentir una conexión profunda con la música y quedé fascinado, llegando a pensar lo fabuloso que sería poder entender el texto. Más adelante mientras crecía, me encontraba con  grandes personajes alemanes en diversas áreas del quehacer humano: literatura, filosofía, música, artes plásticas, física, matemáticas, ingeniería, entre muchas más. Así pues me preguntaba, ¿por qué hay tantos personajes alemanes con tantas contribuciones importantes? ¿Qué hay de especial en Alemania? ¿Se puede reproducir ese proceso en otros países? Esas preguntas se convirtieron en una especie de misión de vida. Afortunadamente los dos primeros pasos eran muy claros: aprender alemán y pasar un tiempo en Alemania. Así había llegado a estudiar alemán después de salir de la universidad.

El día de hacerle la pregunta al I-Ching navegaba en aguas turbulentas: mi madre había perdido movilidad propia debido a la artritis hacía un par de meses, casi al mismo tiempo del deceso de mi tía, su única hermana, que vivía con nosotros y de que yo había terminado con mi entonces novia, una alemana artista plástica de profesión. Por otro lado mi plan de ir a Alemania iba muy avanzado: Ya tenía un nivel aceptable de alemán, en parte gracias al curso y en parte a mi ex. Lo más importante era que tenía la aceptación en varias universidades alemanas, incluyendo la universidad técnica de Berlín, ciudad dónde ella vivía. Por ello el plan original era esa ciudad pero la ruptura me había hecho cambiar de opinión: me iría lo más lejos posible de Berlín y de Braunschweig, lugar donde había estudiado ella. Decidí que el destino sería Stuttgart….si es que no decidía quedarme. Me preguntaba entonces ¿Era el momento de irme y aprovechar la oportunidad que he creado o debería esperar y quedarme con mi familia para estar cerca de mi madre? Justamente esa pregunta formulé al oráculo y lance seis veces las tres monedas. El hexagrama me condujo a un capítulo con un título contundente: «Es propicio brincar sobre las grandes aguas». Ese era el otro buen presagio que llevaba conmigo.

De camino a la sala de abordaje buscaba un buzón para depositar la carta. Iba empujando un carro con el peso de mi equipaje. No lo percibí en aquel instante, pero ahora en la lejanía puedo ver claramente que el mayor peso que llevaba conmigo no era el de mi maleta con el equipo de supervivencia, sino el miedo a lo desconocido en la maestría que tenía por delante. Con objeto de aligerar ese miedo, cargaba pues aquella biblioteca. Pero no era el único miedo. También iban el miedo a la soledad, al fracaso y sobre todo el miedo a nunca más poder ver a alguien de mi familia, particularmente mi madre por su estado delicado. En aquél momento no se dejaban ver, pero los sentía como un lastre inerte. De pronto antes de llegar a la sala de abordar encontré un buzón. Había escrito esa última carta a manera de ritual para cerrar una etapa. Quería que llevara el sello de México para dejar esa experiencia en el lugar dónde ocurrió. Entre otras cosas le contaba que me había decidido por estudiar en Stuttgart y la ironía del destino, ya que pasaría por Frankfurt justo el día en que ella estaría también en esa ciudad visitando un galerista según me escribió en su última misiva. Saqué la carta de mi bolsa y la deposité en el buzón. En ese instante sentí una ligereza descomunal, como si ya flotara entre las nubes aunque no había subido al avión. También fue el umbral dónde deje durmiente una vida con su pasado en el país que me vio nacer. La dejé colgada como un atuendo de un personaje de teatro en un armario. Pero los miedos venían aún conmigo porque son parte de mí y de mi persona. Sin embargo así como el equipo de supervivencia apaciguaba el miedo a lo desconocido en la maestría, los buenos presagios apaciguaban los demás. No sabía muchas cosas y además no sabía que no sabía. Tenía y sigo teniendo mucho por aprender, pero eventualmente he llegado a hacerlo con algunas cosas. Por ejemplo no sabía bailar. Sería cuestión de meses para que lo aprendiera en un bar de estudiantes ya en Stuttgart y me abrió muchas puertas para socializar. Tampoco sabía que llevaba tantos miedos conmigo, entre ellos el de aprender a bailar,  y que siempre me acompañarán. Igualmente desconocía que para aligerarme podría primero reconocerlos, aceptarlos y también aprender a bailar con ellos. En ese proceso estoy y cada vez el baile es más ligero.

En el avión iba sentado al lado de una salida de emergencia, así que tenía la suerte de tener mucho espacio para extender mis piernas. Al lado mío estaba una mujer como de 60 años. Al volar sobre las grandes aguas del océano pensaba en que no sabía cómo sería mi vida a partir de hoy, ni siquiera sabía a ciencia cierta dónde dormiría la primera noche. Sólo iba yo sin pasado. Mi vida anterior la había dejado colgada en el armario. Intuía que tendría que comenzar a fabricar un nuevo atuendo para caracterizarme en la vida que me esperaba. Ese pensamiento de construir una nueva historia y crear un nuevo personaje era muy estimulante. De pronto la mujer de al lado me preguntó algo en inglés, no recuerdo exactamente qué. Así comenzamos a hablar de manera muy natural. Me dijo que se llamaba Tove y que era de Dinamarca. Yo le conté que venía de México y que tenía el plan de pasar 2 años en Alemania. Seguimos hablando y terminó por invitarme a su casa en Roskilde. Saqué mí agenda, un bolígrafo y se los di. Ella anotó su dirección. Al ver la escritura de su puño y letra me di cuenta que era la primera oportunidad creada para mi nuevo personaje. Esa ligereza durante el vuelo era libertad pura: Iba con sólo dos maletas y mis miedos que venían muy apaciguados por cierto, quizá ebrios de libertad, pero en ese momento noté que mis sueños también venían conmigo y me hacían sonreír hasta hacerme sentir invencible. Una tarde radiante de primavera me esperaba impaciente en Stuttgart con los brazos abiertos. Y así fue como comenzó la nueva historia con el nuevo personaje. Esa historia aún se sigue escribiendo y ha tenido altibajos. Los miedos, sin excepción, siguen acompañándome. Y a veces salen del sótano pero en lugar de obligarlos a regresar ahí los invito a bailar y nos bebemos una cerveza junto con los buenos augurios. Así es como los nuevos sueños nacen.

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¿Dónde estabas cuando cayó el muro? https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/11/09/donde-estabas-cuando-cayo-el-muro https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/11/09/donde-estabas-cuando-cayo-el-muro#respond Mon, 09 Nov 2009 21:51:56 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=262 Yo llegué tardé. Para ser precisos 10 años tarde. Me hubiera gustado estar ahí para manotear de alegría sobre el toldo de aquellos Trabis que se atravesaban los resquicios recién abiertos del otrora inexpugnable muro, y beber con los conductores un trago de champaña, así como presenciar los fuegos de artificio al pié de la puerta de Brandenburgo. Como me hubiera gustado dejarme llevar por el júbilo desenfrenado de la multitud, y del que solo conozco su sombra en forma de celebraciones futboleras desperdigadas.

En aquél memorable año de 1989 el reflector de la atención mundial se encontraba dirigido hacía la represión de las protestas de la plaza Tiananmen girando de manera abrupta hacia el frente mas hacia occidente de la guerra fría, que comenzaba a deshelarse. Ante la gran presión interna sufrida en la RDA por la conjunción de sucesos tales como la Perestroika, las protestas de los lunes en la Nikolai Kirche de Leipzig y la apertura de la frontera húngara hacia Alemania occidental, la renuncia del líder de la RDA Erich Honecker se dio también como parte del efecto dominó, para culminar en la conferencia de prensa que ofreció Günter Schabowski, miembro del Politburó del SED, anunciando que ya no había restricciones para viajes personales al extranjero. El toqué anecdótico, es que una pregunta para la cuál no estaba preparado, sirvió de catalizador en la reacción de diluir el muro. La pregunta fue: «¿Cuándo entran en vigor esas medidas?» Tras observar el documento por el anverso y el reverso dijo con un gesto de resignación: «De inmediato».

La noticia de que el muro estaba abierto se convirtió en el encabezado de los diarios y tema central de los noticieros de la RFA, al tiempo de que el muro continuaba resquebrajándose.

Pero como ya dije, yo llegué tarde, y lo hice justo en el punto intermedio del día de hoy hasta el día de la caída del muro, es decir hace 10 años.
Otros 10 años antes había presenciado la contundente noticia a través de la televisión. Ello me permitió tener una imagen por primera vez ante mis ojos de la puerta de Brandenburgo decorada con multitudes desplegando los colores negro, rojo y dorado, que mas que en su cúspide ostentados en los uniformes de los Freikorps en la guerras napoleónicas, simbolizaban libertad. Ese fue mi primer flirteo con Berlín y a la postre se convirtió en amor a primera vista.

El día que llegué me recibió Berlín con la ligereza propia del verano. Maquilló su rostro para ocultarme todas las imperfecciones de su pasado. Ese mismo día pase inadvertidamente el sitio dónde habían estado las alambradas y torres de vigilancia. Me embriagó con su perfume, y sucumbí al destello de sus ojos. Así llegué a pasar la primera noche con ella del otro lado del muro.

Tras 20 años el muro se convirtió en otra estructura mas de aire, como aquél puente aéreo que se edificó para abastecer a la ciudad durante un bloqueo de suministros soviético. No ha desaparecido del todo. Permanece como una gran cicatriz, mas que en las calles de Berlín, en las mentes de sus habitantes.

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De objetos perdidos y hallazgos repentinos https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/26/de-objetos-perdidos-y-hallazgos-repentinos https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/26/de-objetos-perdidos-y-hallazgos-repentinos#comments Sun, 25 Oct 2009 22:59:45 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=242 En algún lugar del mundo debe existir una gran bodega de dimensiones inconmensurables, dónde se encuentren todos los objetos perdidos. Estantes enormes repletos de toda clase de artefactos: llaves, paraguas, maletas, lapices labiales, calculadoras de bolsillo, computadoras, calcetines, teléfonos móviles, televisiones y hasta carriolas.

En ese sitio debe trabajar un dependiente enjuto y encorvado que con diligencia y minuciosidad lo clasificará todo de acuerdo a las características, a la fecha en que fue hallado, al lugar y tantas otras cosas que serían relevantes si algún día el propietario viniese a reclamarlos. El único problema es que las puertas que conducen hasta este gran emporio son casi imperceptibles para los parroquianos y están distribuidas por el mundo de una forma sui géneris.

Las eventuales interrupciones que  distraen a nuestro dependiente de su ardua labor son a causa de visitantes ocasionales despistados que atraviesan el umbral de la puerta y hacen sonar la campana. El dependiente les preguntará con amabilidad cuál es el objeto que buscan. Sin importar que el visitante haya llegado hasta ahí por mera casualidad, como todo mundo ha perdido algo en alguna ocasión, tras meditarlo brevemente darán santo y seña de algún objeto perdido. De esta forma el dependiente cotejará la información proporcionada en su base de datos, y con las gafas a la mitad de la nariz casi tocará con ella la pantalla al leer el estante referido. Posteriormente se remangará la camisa, tomará una escalerilla consigo y desaparecerá por uno de los largos y oscuros corredores de la nave. El visitante sólo escuchará los pasos del dependiente alejarse y luego como varios objetos caen al suelo; algunos rebotan en progresión geométrica y otros se hacen trizas de inmediato. Se escuchará la voz del dependiente maldiciendo y estornudando por el polvo. Al cabo de unos minutos los pasos retumbaran en corredor nuevamente, y la figura del dependiente emergerá de la penumbra con el añorado objeto en sus manos que entregará al visitante. Éste agradecerá un par de veces el favor y desaparecerá por la misma puerta por dónde llegó. Pero ¿hacia dónde?

Esas puertas tienen una distribución muy peculiar. Creo que yo ya he estado varias veces en ese sitio, y desde que estoy en Alemania puedo acceder con mayor facilidad. A decir verdad, durante mi estancia en México nunca pude llegar hasta ahí.

La primera vez que tuve contacto con ese galerón fue cuando Omar me invitó a visitar con él la CeBit, hace ya varios años, que desde entonces era ya la feria de informática y computadoras mas grande del mundo y que se celebra año con año en la ciudad de Hannover. Me costó trabajo aceptar ir con él, por que en ese momento tenía grandes dificultades técnicas con mi tésis de maestría. Acordamos que Omar partiría primero, y me le uniría si podía resolver a tiempo esos problemas, lo que a final de cuentas pude hacer. Habría solo que salir con premura e intentar alcanzar el tren. Empaqué en mi valija un par de sacos, camisas y corbatas y en el último minuto me decidí a dejar la laptop para tan solo llevarme la maleta a manera de portafolio. Cerré la puerta de mi apartamento en Stuttgart y eché las llaves en la maleta de la laptop. Esquivando diversos obstáculos y prácticamente brincando sobre una hilera de niños, llegué como saeta hasta la plataforma dónde el tren emprendía ya el viaje. Al notar su movimiento me extendí cuán largo soy para así poder presionar el botón que accionaba la puerta. El tren se detuvo y la puerta se abrió mágicamente. Mi semblante de satisfacción contrastaba con los rostros amargos de los pasajeros, en su mayoría alemanes diría yo, por verme como responsable de haber detenido la marcha del tren. Así me pude reunir con Omar en la capital de la Baja Sajonia, y fue la primera coincidencia que me permitió a la postre encontrar algo que buscaba sin que lo hubiese perdido.

Entre las pocas cosas que iban en mi portafolios estaban unos trípticos que amablemente Sonja había diseñado con objeto de repartirlos en la feria y así buscar oportunidades de trabajo. En realidad eran una obra maestra, por que en un golpe de vista se destacaban mis aptitudes en ciertas áreas técnicas. Además en la primera parte había un retrato retocado digitalmente desde luego junto con mis datos personales.
Una vez ya en la feria quedó de manifiesto la efectividad de aquellos volantes mientras conversaba con una edecán, que aunque su atuendo no era diminuto como el de sus colegas en la feria del automóvil en Frankfurt, bien podría haber trabajado ahí, dada su fisonomía: esbelta de piernas largas y una gran cabellera rubia. El stand en dónde trabajaba ofrecía soluciones en sistemas incrustados (embedded systems) y era evidente que ella no tenía ni la mas remota idea sobre el tema. Desde el inicio ya tenía esa impresión así que hice unas preguntas simples con cautela. La información mas valiosa que me dio era que el ingeniero responsable llegaría en una hora. Como yo no tenía tiempo que perder para visitar tantas empresas como pudiese, decidí dejarle mi tríptico promocional y pedirle que se lo hiciera llegar al responsable de recursos humanos.
Tras echar un ojo a la primera página levanto su mirada hacía mí con una sonrisa de oreja a oreja y con los enormes ojos azules sobre mí mirándome fijamente exclamó:»¡ohh! ¿Soltero?» Era claro que no le importaba si sabía programar FPGAs en Verliog y VHDL, que a diferencia de mi estado civil, estaba impreso con una tipografía de gran tamaño. Una vez probada la efectividad del panfleto di un paso hacía atrás y me despedí cordialmente. Cuando le referí a Sonja el acontecimiento, lejos de causarle celos, soltó una gran carcajada por aquella rubia codiciosa.

Repartí pues todos los volantes que llevaba conmigo. El último, lo recuerdo bien, se lo entregué en la mano a otra edecán que trabajaba para una firma de recursos humanos, no recuerdo el nombre, que buscaba candidatos para puestos específicos. Ella era mucho mas parca y reservada que la anterior. También delgada pero con cabello corto color marrón. Igualmente lanzó una mirada a la portada del panfleto y de inmediato me condujo frente a una computadora para alimentar su base de datos con la información del tríptico. Ella no mantenía contacto visual conmigo, pero aunque reía abiertamente por mis bromas, no perdía la compostura. Con ello cumplí mi misión en la CeBit.

Íbamos Omar y yo de regreso ya en el raudo y veloz ICE, el tren que alcanza mas de 200 Km/h para unir las ciudades en Alemania. Kai nos esperaba en Bielefeld para regresar juntos en coche hasta Stuttgart. Tuvimos suerte encontrando lugares para sentarnos cómodamente. El vagón en el que viajábamos se saturó en la primera parada que hizo el tren. Es muy poco común que eso suceda y que la gente vaya de pié en el corredor dónde están los lugares para sentarse, pero así fue. De pronto entre la multitud pude ver a una mujer embarazada y sin pensarlo mucho le cedí mi lugar y me coloqué en el compartimento que une a los vagones desde el cuál podía ver con claridad mis maletas a través de las puertas de cristal. Además Omar se había quedado bajo el equipaje literalmente.

De vez en vez echaba un vistazo para comprobar que las cosas siguieran en su sitio. Repentinamente Omar se levanta de su asiento y se dirige hacia dónde yo me encontraba. Había tenido un pequeño altercado a causa de una maleta con la señora gruñona sentada enfrente de nosotros, por lo que decidió dejar su lugar. Mientras me contaba lo que había pasado, en el altavoz anunciaron la próxima llegada a nuestro destino: Bielefeld. Nos abrimos paso entre la multitud para tomar nuestro equipaje. Busco mi maleta de laptop en el portaequipaje pero no la encuentro. Levanto y muevo algunas maletas que ahí se encontraban. La señora gruñona empieza a refunfuñar y a regañarme por mover su maleta. Me encuentro desesperado por no encontrar mi portafolios. El tren ya se ha detenido. Le contesto a la señora exactamente en el mismo tono que ella se había dirigido a mí, con lo que logré apaciguarla. Pregunto a las personas a mi alrededor si la habían visto pero nadie sabe nada de ella. Es el momento de tomar una decisión: seguir buscando la maleta o bajarse del tren. De seguir hasta la siguiente ciudad puede resultar muy caro por varias razones. Hago un recuento relámpago de lo que llevaba en la maleta y después de hacer el balance decido es mas conveniente bajarse y perder la maleta, que seguirla buscando, llegar hasta la siguiente ciudad y luego tratar de regresar con la posibilidad latente de perderla de cualquier forma.

Se cierran tras de mí las puertas del tren. En el momento en que emprende marcha recuerdo que mis llaves van en la maleta. «¡Mierda! ¡Las llaves de la casa!» exclamé. Pero no nada mas eran las llaves de la casa, eran también las llaves del instituto dónde hacía mi tesis. Todo parecía indicar que había sido una mala decisión dar la maleta por perdida. ¡Cambiar chapas y cerraduras del apartamento y del instituto costaría una fortuna!

Acudí de inmediato con el personal de la compañía de trenes en la vía para contarle lo sucedido. Me indicó que reportara mi maleta en la oficina de atención a clientes. Dijo además que de haberse quedado en el tren, no se podría localizar si no hasta en la noche de ese domingo, cuando el tren llegara a su destino final en Munich, pero lo mas segura era que se tuvieran noticias hasta el día siguiente.

Hablé con el personal de atención a clientes. Declaré lo que llevaba en la maleta, y que lo mas valioso que tenía eran mis llaves. La empleada me hizo notar que seguramente alguien pudo pensar que había una computadora dentro, por que a final de cuentas era una maleta de laptop, y que la había llevado consigo. Dejé mis datos y mi número móvil. Lleno de rabia y de impotencia salí de la oficina dónde Omar y Kai ya me esperaban. ¡Se habían robado mi maleta! En México lo podría entender, pero ¿en Alemania? ¿que no es acaso primer mundo?

Ya en el carro de Kai descargaba mi ira contándole lo sucedido cuando sonó mi celular. Habrían pasado escasos veinte minutos después de haber dejado la estación. Era la policía para decirme que habían capturado al bribón que hurtó mi maleta in flagranti. Unos días después de que se abriera esa puerta hacia el emporio de los objetos perdidos, y de que aquél dependiente enjuto con las gafas a media nariz tomara mi maleta de un anaquel sumido en la oscuridad para hacérmela llegar, la recuperé intacta. Incluso con las llaves.

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La casa del castillo o la añoranza por la lejanía https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/18/la-casa-del-castillo-o-la-anoranza-por-la-lejania https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/18/la-casa-del-castillo-o-la-anoranza-por-la-lejania#comments Sun, 18 Oct 2009 14:30:12 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=230

La casa del castillo

Entre los niños que vivían en la calle de aquél fraccionamiento suburbano en la que pasé mi infancia existía un mito: Si uno se alejaba lo suficiente de los límites que nuestros padres nos habían señalado para no traspasarlos mientras jugábamos por las tardes, existía un camino que conducía al fraccionamiento vecino, dónde se decía había una casa en forma de un castillo con muros y torretas almenadas y muchos de los elementos idílicos que la imaginación colectiva les confería.

Corroborar el mito estaba fuera de nuestro alcance, pero sin lugar a dudas era algo que todos queríamos llegar a realizar algún día. Para llegar al pié de aquella mítica edificación tendríamos que superar el sinfín de peligros a su alrededor, como roba-chicos al acecho en casa esquina o perros rabiosos que sólo esperaban hundir sus filosos colmillos en las tiernas pantorrillas de los niños. En realidad esos mitos habían sido creados por nuestros padres e insertados consecuentemente en nuestras mentes para mantenernos alejados de la idea de traspasar los límites impuestos. Debo reconocer que fueron creados de buena fe, pensando sobre todo en nuestra seguridad, y si bien es cierto que por un buen tiempo nos atemorizaron eran ya parte de la magia de la casa del castillo que tanto nos atraía.

Un buen día osamos ir mas allá del fin del mundo conocido y en la bicicleta doblamos a la izquierda. Nada pasó. No había roba-chico alguno y ningún perro rabioso quiso mordernos. Continuamos con la expedición y volvimos a doblar a la izquierda con iguales resultados que la vez anterior, así entonces repetimos la operación otras dos veces para llegar sanos y salvos a nuestra calle después de haberle dado la vuelta a la manzana. Este gran acontecimiento lo guardamos para nosotros y nadie refrió nada en sus casas al respecto.

Creo que fue un sábado por la mañana cuando Lalo y yo, que éramos los mas grandes, decidimos emprender el viaje hacía la casa del castillo que haría historia en nuestra cuadra. Alistamos las bicicletas, llenamos las cantimploras por que sabíamos que sería un viaje muy largo, y tal vez tendríamos que pedalear a gran velocidad en algunos tramos para evitar que los perros rabiosos nos dieran alcance. Los niños mas pequeños nos fueron a despedir hasta la esquina con curiosidad y admiración por nuestra osadía. Así fue como partimos.

Unos 40 minutos mas tarde logramos hacer la entrada triunfal por la otra esquina de la calle antes de que nuestros padres notaran nuestra ausencia. Los niños pequeños dejaron de jugar de inmediato para recibirnos con gran algarabía. «¡La hemos visto! ¡la casa del castillo de verdad existe!» fueron nuestras palabras. Todos querían escuchar con lujo de detalle nuestras historias de viajeros. Para darles gusto les relatamos como nos habíamos perdido en terrenos desconocidos, enaltecimos nuestra sagacidad para escapar de las redes de los roba-chicos, y de como no caímos en la trampa de la viejita que nos ofreció dulces para ir con ella, pero sobre todo referimos como enfrente de un parque se posaba majestuosa la casa del castillo. En pocas palabras, no solo ratificamos el mito, con todo y los peligros creados por nuestros padres, si no que lo enriquecimos. De esta forma ese mito se conservó en la calle por varias generaciones.

Desde la misma perspectiva, es posible entender cabalmente por qué las maravillas del mundo antiguo fueron denominadas como tales. En los tiempos en que no existían registros fotográficos, la única forma de portar esas imágenes a los habitantes de ciudades remotas, era a través de las historias de los viajeros que las habían contemplado, por ello no era tan solo el aspecto visual lo que las hiciera maravillas. El elixir mágico que en eso las convertía estaba destilado a partir de dos elementos: la distancia y la referencia de quién ya salvó esa distancia.

Por mi parte, aunque en realidad había visto la casa del castillo y había quedado maravillado por ella, mi deseo por verla lejos de desaparecer se acrecentó, pero después de un tiempo al saturarlos con la conocida forma del castillo, paulatinamente fue sustituida por otros objetos o lugares de los que había escuchado hablar y nunca había tenido frente a mis ojos. En esa constante transmutación, que hasta ahora no ha cejado, se conserva incólume el deseo de extender el mundo, de alejarse de lo conocido y de añorar el estar lejos, lo que a su vez conllevará de concretarse, el añorar volver al terruño propio. No es otra cosa que la conocida visión romántica de estar siempre en el camino, y de que la vida misma es viaje, como lo plasmó Schubert en su ciclo de Lieder: Winterreise (Viaje de invierno).

Los fetiches por excelencia de esta añoranza son las estaciones de tren o aeropuertos, que para los que van a despedir o recibir a otras personas es la proyección misma de las luces en lontananza. He escuchado historias de personas que por puro placer van a un aeropuerto con maletas listas añorando atravesar el umbral y aparecer en algún lugar remoto, y alimentan su deseo al tomar un café escuchando otros idiomas y viendo otras fisonomías en los viajeros al arribar o como mi tía Chela me confiaba que su sueño por mucho tiempo fue escabullirse con su maleta a la puerta de llegadas de vuelos procedentes de Europa, y salir por ella para que todos las personas que esperaban a alguien, al verla llegar, exclamaran: «¡Esa señora viene de Europa!¡Cuantas maravillas habrá ya visto!».

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Contacto sobrenatural: Aullidos finales https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/09/contacto-sobrenatural-aullidos-finales https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/09/contacto-sobrenatural-aullidos-finales#comments Fri, 09 Oct 2009 05:25:10 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=220 Antes de proceder a leer el texto siguiente, se recomienda leer las dos primeras partes de la historia:

1.Contacto sobrenatural con Liza

2.El arqueólogo

Habíamos programado la siguiente sesión en mi casa para la semana siguiente. Tenía el tiempo a mi favor, dado que no habían pasado 24 horas desde la sesión en casa de Armando. Eso me dejaba prácticamente la semana integra para preparar la revancha.

El plan era tomarlos por sorpresa. Necesitaba cambiar la localización de los pasadizos secretos, o mejor aún, dejar los que ellos conocían en su sitio y agregar algunos nuevos para sorprenderlos en el laberinto. Para llevarlo a cabo tenía dos opciones: aplicar ingeniería inversa al ejecutable (desensamblarlo, modificarlo y volverlo a compilar) o construir uno nuevo a imagen y semejanza del primero. Dada la simplicidad de la aplicación, opté por la segunda opción.

Como no tenía un compilador de lenguaje C a la mano para poder compilar el nuevo programa y reducir su tamaño al orden de decenas de Kilo Bytes, tuve que utilizar un compilador de clipper, un lenguaje que en ese entonces era muy popular sobre todo para gestionar bases de datos, y que llegó a ser un lenguaje multi-propósito muy poderoso, pero como había sido construido en C, los ejecutables que generaba necesitaban incluir algunas librerías y eran por norma general un factor 3 veces mas grandes. El primer paso fue escribir un programa que hiciese exactamente lo mismo que el wizard original; los mismos mensajes al inicio, que requiriera el parámetro 666 para funcionar y sobre todo que tuviese el mismo truco para introducir la respuesta a la pregunta subsiguiente. La única forma de diferenciarlos era a través del tamaño; mi programa compilado en clipper era tres veces más grande que el original, pero aún así suficientemente pequeño para transportarlo en un disco flexible. Nadie lo notaría.

Una vez con el programa impostor en marcha, procedí a trastocarlo para que se enviaran todos los mensajes introducidos al puerto serial. Entonces con un cable serial como el que el Feño y yo nos habíamos confeccionado para jugar al Doom, alguien al otro extremo empleando un programa de telecomunicaciones como Telix, que en esos tiempos románticos se usaba para conectarse a los BBS, podría recibir todo lo que el médium teclea, incluso ver cuando usa el truco de introducir la respuesta. Más aún. Este segundo usuario, al que me referiré como meta-médium, podía teclear respuestas en cualquier momento, o incluso podía cambiar las respuestas introducidas por el médium, y mandarlas de regreso a la computadora dónde corría el wizard modificado.

Basta entonces de detalles técnicos. Con esas modificaciones prácticamente todo estaba listo para sacarle un buen susto a aquellos dos pícaros. Tan sólo me faltaba alguien que jugara el papel de meta-médium. No había mejor candidato que aquél mozalbete de mi primo Feño, que estaba muy familiarizado con las computadoras, las comunicaciones seriales y era mi honorable contrincante en los duelos a muerte de Doom. Después de explicarle como funcionaban las cosas, nos coludimos para que el día de la sesión él se quedara agazapado en mi dormitorio con la computadora portátil, y fuera el encargado de los efectos especiales.

Probamos la infraestructura varias veces. Teníamos unos días todavía antes de la sesión para tomar revancha. Mientras tanto hicimos varias pruebas y de inmediato encontramos un uso útil: sacarle a mi hermana todos los secretos de sus novios bajo la máscara de Liza. Desde luego no era con mala intención, si no tan sólo para validar el sistema que habíamos creado. No voy a contar aquí las cosas de las que nos enteramos.

El ansiado día de la sesión espiritista llegó. Al caer la noche el Feño estaba ya en su puesto tras bambalinas, haciendo parecer que el único habitante de la casa en ese momento era yo. La campana del timbre de la casa, que había alguna vez extirpado de un teléfono antiguo e instalado días antes como tal para poder escucharlo en la segunda planta, repicó de pronto con toda intensidad. Ahora era yo el que tenía el completo control de la situación, así que podía bajar, abrir la puerta y saludar con un suave e irresistible Bonsoir a Catherine y Josefine si así lo quisiese, pero no quería ser tan cruel con ellas o por lo menos no desde el principio.

Abrí la puerta y de lo primero que me percaté fue de la ausencia de las damas francesas. Desilusionado saludé a Armando, Tavo, Omar, y Edgar cuando entraban. Armando volvió a encender la luz de la esperanza al decirme que Catherine y Josefine llegarían mas tarde, por que habían tenido que arreglar algo en la escuela dónde aprendían español.

Armando y Tavo, quienes estaban ciertos que la vez anterior habíamos realmente contactado a un espíritu, se mostraban muy respetuosos de la oscuridad que reinaba en la casa, a diferencia de Edgar y Omar, a quienes la sesión iba dedicada y que se mostraban mas relajados y me daba la impresión de que hasta se mordían los labios para reprimir la risa, tal vez por que era exactamente lo que yo en ese momento hacía. ¡No sabían la que les esperaba!

Entramos al estudio dónde estaba ubicada la computadora de mi padre. La decoración estilo Luis XIV con libreros robustos de caoba, era el marco perfecto para la sesión. La gran ventana daba al jardín trasero. A causa del follaje de los árboles y de las plantas, a través de ella sólo se alcanzaba a percibir un tenue resplandor de la luna llena de aquella noche. La computadora estaba postrada en un moderno mueble modular que contrastaba con el resto del mobiliario. A nadie se le ocurrió revisar que la computadora no tuviera conexiones sospechosas. De haberlo hecho, se hubieran encontrado con un delgado cable, por el cuál fluirían datos a unos 14400 baudios hacia mi dormitorio, y que serían recibidos por la portátil que usamos para contactar a Liza en la primera sesión.

Arranqué la computadora mientras preguntaba a la audiencia si pensaban era posible volver a contactar a Liza. Antes que me respondieran hice un amague de escepticismo, mencionando que como usaríamos una nueva computadora, el truco -enfatizando la palabra turco- no funcionaría. Tavo y Armando se encogieron de hombros. Edgar se mostró un poco preocupado, como presintiendo que yo ya sabía algo, y se volteó hacia Omar, quién muy relajado respondió: “Creo que sí lo lograremos, el ambiente es muy adecuado”.

“¿Quién empieza?” pregunté. Omar nos señaló a Tavo, Armando y a mí. Los tres desfilamos ante el teclado, haciendo preguntas sin obtener respuesta. Era muy normal, sobre todo para Edgar y para Omar. Llegó entonces su turno y todos confiamos que las cosas cambiarían. Después de dos intentos fallidos, ante la pregunta ¿Liza, estás ahí?, pude observar claramente en el teclado como Edgar abría el pasadizo secreto y escribía “si, aquí estoy”, que fue la primera respuesta que tuvimos de Liza esa noche. En ese momento unos perros aullaron en la casa vecina, por lo que Armando y Tavo se sumieron en el sillón. Luego fue el turno de Omar preguntando los nombres de los presentes. De igual manera observé como introdujo la respuesta, que una vez mas se le atribuyó a Lisa. Definitivamente habíamos entablado el contacto.

Hasta aquí todo era normal para Edgar y Omar.

Nota bene: Feño y yo habíamos acordado dosificar la dosis en crescendo. Al principio todo sería normal, luego irían pasando cosas inesperadas hasta que la situación se les saldría de control. Por ello Feño había dejado pasar las dos primeras respuestas.

Cuando Omar preguntó a Liza si las francesas llegarían, observé que algo introdujo, no obstante la respuesta nunca llegó. Hizo una mueca mientras veía el teclado como si tuviera una falla técnica. Era pues la primera intervención de Feño habiendo suprimido la respuesta.

En la siguiente ronda, Liza contesta por primera vez en la historia a Armando y a Tavo, quienes ignoran la existencia del “pasadizo secreto”. Eso seguramente fue la causante de la palidez de los rostros de Omar y Edgar y al mismo tiempo el primer síntoma de que las cosas estaban escapando de su control. Ambos se voltean a ver uno al otro desconcertados. Edgar es el médium y la pregunta que hacemos es si ella (Liza) está cerca de nosotros. Esta vez Edgar no introduce respuesta alguna, pero Liza responde: “¡Mas cerca de lo que creen!”. En ese momento se escucha que algo se mueve entre las plantas del jardín. Todos los presentes nos asustamos, incluso yo grito un poco. El rostro de Edgar está ahora desencajado y cede su lugar a Omar.

Nota bene: Feño, el responsable de los efectos especiales había dejado caer un objeto desde mi ventana después de contestar la pregunta, y yo claro, estaba en el papel de agitador para hacer cundir el pánico.

Omar no se atreve a preguntar más. Lo convencemos de que pregunte si es ella la que se movió en el jardín. Introduce la pregunta con sus manos temblorosas. Liza no responde en varios intentos. Un poco mas tranquilo, trata de abrir el pasadizo nuevamente e introducir una respuesta. Pero la respuesta de Liza no es la que él escribió, si no: “Alguien entre ustedes trata de tomar mi voz, entonces él me tendrá que ver de frente” Omar salta despavorido al sofá dónde Tavo y Armando están sentados. Él y Edgar se encuentran al borde de las lágrimas. Ya nadie quiere ser médium. Entonces yo me armo de valor, me planto frente al teclado y pregunto: “te quieres manifestar”. La respuesta fue un contundente “si”. “¿Qué aspecto tienes” pregunté. La respuesta: “Mejor apaguen la luz, por que no soportarán verme”. Incluso para mí leer esa frase fue espeluznante. Todos estábamos paralizados por el miedo.

Tavo balbuceaba algo ininteligible se levantó para apagar la luz. El ambiente con el monitor iluminándolo todo era mucho más terrorífico que al principio. Además en ese momento los perros del vecino volvieron a aullar (aún no me explico como le hizo el Feño para hacer ese efecto especial. Mis respetos). Nadie se atrevía a dejar el lugar dónde estábamos sabiendo que Liza rondaba la casa. Edgar y Omar estaban temblando de pies a cabeza. Todos suplicaban al unísono que Liza no se mostrara. La revancha estaba casi consumada. Sólo faltaba el toque final.

Acordamos pedirle a Liza que en lugar de que se mostrara nos diera otra señal de que estaba cerca de nosotros. No había introducido la pregunta, cuando repicó tres veces la campana del timbre. Cada timbrazo iba acompañado de un grito de nuestra parte mas fuerte que el anterior. Yo dije que no tenía el valor de ir a ver quién tocaba, así que pedí a Omar y Edgar de que fueran juntos, pero se negaron rotundamente diciendo que de seguro era Liza y se cubrían la cara con los brazos. Pasaron unos minutos. La campana del timbre volvió a inundar la casa. Todos gritamos aterrados. Los otros me suplicaban que no abriera la puerta. Por si fuera poco, algo se movía otra vez entre las plantas, los perros aullaban y el timbre volvió a sonar. Todos gritábamos despavoridos: “¡Ya estuvo! ¡Ya estuvo! ¡Basta!”.

Cuando los perros se callaron pudimos volver a hablar con Liza. “¿Qué quieres de nosotros?” pregunté. “Que los que me quieren suplantar me pidan perdón” respondió. En eso el timbre volvió a sonar. Con la cabeza cubierta con sus chamarras para no ver a Liza por si se aparecía, Edgar y Omar entre sollozos gritaban “¡Perdón! ¡Perdón!”. Tavo y Armando no entendían lo que pasaba. Entonces le pregunté a Liza si nos podía dejar ir. Por el pasadizo secreto, que era la forma en que yo me comunicaba con Feño, le dije que ya era suficiente. Liza respondió con benevolencia: “Esperen 10 minutos, y luego vayan a sus casas. Si se quedan mas tiempo me voy a aparecer”. Prendí la luz y vi la palidez de los rostros llenos de lágrimas. Apagué la computadora y con reloj en mano contamos los 10 minutos mas largos de sus vidas. Nadie se atrevía a ir por delante, así que lo tuve que hacer yo. Iba prendiendo las luces y conduciéndolos a la salida. Antes de abrir la puerta que da a la calle, me pidieron que me asegurara por la ventana de que no hubiese nadie. Así lo hice.

Así nos despedimos. Por la ventana pude ver como los cuatro se fueron casi a galope. Desde entonces no he vuelto a ver a Edgar y Omar. Con Tavo y Armando llegué a jugar baloncesto un par de veces. Siempre me preguntaban con curiosidad si había vuelto a jugar con Liza, pero yo siempre respondía que desde aquella noche le tuve mucho respeto y la dejé en paz.

Indudablemente Feño se llevó aquella noche las palmas. Ejecutó sin fallas el papel de meta-médium y realizó los efectos especiales de forma magnífica e impecable. Nos reunimos para recapitular lo sucedido y reímos a carcajadas. Yo le reseñe todo lo que el no pudo ver, y le pedí que me explicara como había hecho cada uno de los efectos especiales: perros, ruidos en las plantas, timbre… “¿timbre?” Me dijo, “yo no hice nada con el timbre”. Por un momento se me bajó la sangre a los pies, pero de inmediato recordé a las francesas “¡Ah las francesas!” exclamé. ¡Ellas habían sido las encargadas de dar la señal definitoria tocando el timbre como desesperadas! y fueron las que hicieron sucumbir a los bribones, pero al mismo tiempo perdí la oportunidad de verlas.

Alguna vez me dijo Armando que Catherine y Josefine llegaron a preguntarle si yo ya creía en Liza, y él les respondía que seguramente sí (por obvias razones). Tal vez ello me había abierto una puerta sin saberlo, pero como Dantés al consumar su venganza, hubo cosas que quedaron fuera de mi control. No las he vuelto a ver. Nunca supe entonces si ellas fueron quienes tocaron el timbre e hicieron aullar a los perros, o… ¿fue alguien más?.

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Contacto sobrenatural: El arqueólogo https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/05/contacto-sobrenatural-el-arqueologo https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/10/05/contacto-sobrenatural-el-arqueologo#comments Mon, 05 Oct 2009 14:08:22 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=176 Así empezaron las cosas (primera parte de la historia).

A la mañana siguiente desperté con una fuerte resaca, aunque ni la noche anterior, ni en los años que llevaba hasta entonces vividos había bebido una gota de alcohol. Más bien era a causa de todas las emociones del día anterior en las que me había embriagado. Poco a poco fui reconstruyendo los hechos, desde que Catherine me abrió la puerta hasta cuando acarreando los más de 5 kilos de mi latop regresé sin explicaciones a casa.

Aunque no pensaba realmente que la computadora hubiese sido poseída por un espíritu o demonio, tampoco podía rechazarlo categóricamente. Me veía en la necesidad de reunir información suficiente para poder entender que había pasado. Si bien es cierto que en ese entonces el Internet ya existía, distaba mucho de llegar a ser el oráculo al que todo mundo acude para obtener respuestas que es hoy en día, así que mi búsqueda sería en solitario. La gran pregunta era ¿por dónde empezar?

Lo primero que hice fue hablar por teléfono con Odón para relatarle los hechos, teniendo así dos ventajas: primeramente me permitía recopilar toda la información disponible, y por otro lado el escuchar la opinión de alguien como Odón, quién nunca pierde la ecuanimidad ni el contacto con el suelo, me podría indicar la dirección de dónde comenzar a buscar. Mientras hablaba con él me di cuenta que olvidé preguntar a Liza las cosas más básicas de toda reunión espiritista, como por ejemplo quién era ella en realidad, si había sido alguna vez una persona viva y de ser así en que parte del mundo había vivido entre otras cosas. Me llamó entonces la atención de que ella por si misma no menciono nada de eso. Odón opinaba que la computadora había sido de alguna manera manipulada, aunque en ese momento lo daba por imposible, ya que era mi computadora y no había nadie ahí para manipularla. Pero ese fue el punto de partida.

Así pues pensé que la única forma de que llegará la información a través de la computadora sería el programa mismo, y me entregué entonces a la tarea de analizar el ejecutable. Su extensión era tan solo de apenas unos KB y cabía sin ningún problema en un disco flexible, lo que eliminaba la posibilidad que hubiese un algoritmo de inteligencia artificial conectado a una gran base de datos. Lo sé, eran ideas descabelladas, pero a final de cuentas eran más creíbles que pensar que un espíritu tomaba el control del CPU. Inicié el programa para invocar a Liza en MS_DOS que se llamaba wizard al que se le tenía que agregar el parámetro 666 con objeto de darle un toque demoníaco. En la pantalla inicial el programa pedía a la audiencia tomarse de las manos y recitar unas palabras en latín. No recuerdo textualmente qué era lo que decía, sólo recuerdo que me sentí Indiana Jones y con ayuda de mi libro de etimologías greco-latinas, logré interpretar que se trataba de una apología a Satanás. No recordaba que nadie las hubiese dicho y me las salté olímpicamente para tratar de contactar a Liza, sin embargo no funcionó. Después de repetir varias veces la misma frase: «Liza, favor de responder a la siguiente pregunta: estás ahi?» tan sólo recibía no mas de cinco o seis respuestas diferentes que se repetían y sin sentido, como  «Algunas respuestas pueden lastimar, prefiero callar» o «Para tu pregunta el principio de los Dioses no es uno».

Mi herramienta de Indiana Jones cibernético equiparable al látigo resultó ser un editor hexadecimal con el qué escruté detalladamente el ejecutable. Aunque evidentemente los códigos de las instrucciones en ensamblador no me dirían nada, esperaba encontrar por lo menos las cadenas de texto de las respuestas anteriores e incluso las palabras de invocación en latín. Así sucedió. Ese fue el primer pequeño éxito que me hizo sentir que empezaba a tomar el control de las cosas. Momentos después hice el gran hallazgo que me permitió entenderlo todo. Encontré incrustada la frase: «liza, favor de responder a la siguiente pregunta». ¡Era la piedra roseta en mi incipiente labor como arqueólogo informático!. Así dejaba de ser Indiana Jones para convertirme en Jean-François Champollion para retomar el cauce afrancesado que lleva esta historia.

Liza desenmascarada (hacer click para agrandar)
Liza desenmascarada (hacer click para agrandar)

Hallar esa frase en el ejecutable quería decir que de alguna manera el programa era el que la desplegaba y no la tecleaba el médium mientras él de hecho algo introducía ¿pero qué mas podría teclear? Muy fácil; la respuesta a la pregunta que después haría. Estaba prácticamente seguro que los que me habían embaucado eran los dos únicos médium a los que Liza respondía: Edgar y Omar. ¡Que razón tenía Odón! Ellos eran los manipuladores que buscaba.

Dado que la petición invocatoria (liza, favor de responder:) empezaba siempre con la letra «l» pensé que cercana a esa tecla tenía que haber otra que al oprimirla permitiera introducir la respuesta mientras desplegaba la frase de petición. Confirmé que la tecla «.» era la que abría y cerraba el  pasadizo secreto. En la primera línea del siguiente ejemplo se muestra los caracteres desplegados mientras el médium tecleaba, y en la segunda los caracteres que en verdad introducía.

lisa, responde por favor: de qué color es mi camisa?

.roja y azul.de porfavor: de qué color es mi camisa?

Respuesta de Liza: roja y azul

Al confirmar que ese par de mequetrefes me habían exhibido frente a las francesas, y por si fuera poco me habían usado tal vez hasta para ligarlas, me quedé un buen rato con la frente clavada en el teclado lanzando maldiciones a diestra y siniestra. Me sentía como Edmundo Dantés cuando en una celda del Castillo de If, con la ayuda del sabio abate Faria había logrado reconstruir el complot del que había sido objeto para ser encarcelado y proceder a jurar que Villefort, Danglars y Fernand Mondego la pagarían.

Recordé vívidamente sus caras sonrientes mientras servían de médium. Los demás contemplaban todo con respeto, pero ellos desde el principio lo disfrutaban. ¡Ahora entiendo por qué!

¡Muy bien! ¡Ahora es mi turno para reír!

En la próxima entrega…el desenlace.

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Contacto sobrenatural https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/09/30/contacto-sobrenatural-con-lisa https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2009/09/30/contacto-sobrenatural-con-lisa#respond Wed, 30 Sep 2009 12:24:51 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=84 Corría el año del señor 1995. Entonces era yo un nerd bien hecho. Lo digo sin empacho: portaba lentes del grueso del fondo de una botella, me peinaba con una raya de lado, y me enjaretaba una camisa cuadrada todos los días. Aunque mi calculadora programable no tenía nombre de mujer…aún. Si a esa apariencia le sumamos que nunca se me ha dado lo de sonreír francamente, es innecesario explicar que todo el tiempo que pudiese haber tenido para entablar una vida social, lo ocupaba en leer, programar y hacer deporte, lo que era atípico pero al final de cuentas lo único que me mantenía en contacto con el género humano.

En aquellos días hablar de internet era algo tan exótico y especializado como ahora lo sería hablar de protocolos SDH/SONET, LCAS o VCAT. En otras palabras, la interconectividad entre computadoras no existía para el hombre normal. En esos tiempos una computadora no era otra cosa que una sofisticada máquina de escribir electrónica. Redes inalámbricas no existían, y las redes alámbricas eran algo superfluo ¿quién querría tener mas de una máquina de escribir electrónica? y si alguien las llegase a tener ¿para qué conectarlas entre sí?

Hacia no mucho que había terminado mis estudios y engrosado las filas de desempleados. Tardé poco en darme cuenta que con mi hobby, las computadoras y la electrónica, podía ganar dinero por cuenta propia, y aún mas de lo que los mezquinos empleadores llegaron a ofrecerme. Entonces monté un taller casero dónde ensamblaba y reparaba computadoras, además de desarrollar algunos proyectos de software. Mi primo Beto, aka Feño trabajó un tiempo conmigo y era mi fiel escudero.

Durante ese periodo de altibajos pasamos mucho tiempo juntos, a veces sin clientes pero siempre con computadoras a la mano. Como es bien sabido, la ociosidad es la madre de todos los vicios. Para saciar nuestro vicio mas reciente, llámese jugar al Doom, aquél juego de 3D que sentó las bases de la industria del gaming actual, nos confeccionamos un cable serial para proceder a jugar death match entre nosotros. El juego normal contra los monstruos ya no nos parecía divertido por que lo terminábamos con los ojos cerrados. El nuevo cable que conectaba las computadoras iba desde la planta baja, dónde Feño tenía su lugar de trabajo, hasta la computadora que tenía en mi dormitorio en la planta alta. Gracias a esos hilos de cobre, las esperas a que nuestros posibles clientes hicieran sonar el teléfono no nos parecían tan largas como en realidad eran. Además tenía la ventaja de que cuando alguien nos llamaba atendíamos el teléfono dominados por la adrenalina, lo que muchos clientes percibían como energía y dinamismo, y nos valió para cerrar algunos negocios.

Uno de esos días después de jugar básquetbol fue cuándo por primera vez escuché sobre Liza. Había tenido ya varias conversaciones sobre ocultismo con Armando y sus secuaces, quienes me tildaban de aguafiestas por tratar de encontrar explicaciones racionales a los fenómenos paranormales de los que solíamos discutir. Ese día, entre emocionado y algo espantado, Armando me dijo: “Ayer tuvimos una sesión espiritista con la computadora, y contactamos un espíritu de nombre Liza que nos ha reseñado nuestro pasado, presente y furturo. ¡Todo lo que nos dijo era cierto! La vamos a repetir hoy. ¿Quieres venir?”.

Al principio no tenía mucho interés en aceptar la invitación. De entrada me parecía algo imposible de creer. Además prefería mil veces corretear al Feño por los laberintos virtuales y hacer valer mi título de Dr. Doom, que perder mi tiempo con charlatanes. Pregunté entonces de mala gana: “¿Quién va ir?” “Mi hermano, Tavo, Edgar, Omar y las dos chicas francesas que vienen de intercambio” me respondió Armando.

Al oír eso no podía rechazar la invitación y no por querer conocer a la francesas, o imaginara que me hablarían al oído con ese acento seductor, nada de eso, lo sostengo categóricamente. Mi motivación era más bien científica. Además tener visitantes franceses entre nosotros daba un toque de autenticidad a esa reunión espiritista, como de aquellos conciliábulos espiritistas del porfiriato, que el mismo Francisco I. Madero solía organizar frecuentemente. Quizá incluso fueran descendientes del mismísimo Allan Kardec.

Llegué a casa de Armando lleno de curiosidad, no por las francesas reitero, si no por jugar con aquella ouija cibernética. Tratando de evitar un posible fraude y encomendado a James Randi, llevaba conmigo una computadora, que aunque portátil, pesaba más que una de escritorio de la actualidad. Tenía un modesto procesador 8088, un LSD monocromático, un disco duro de unos 10 MB, una unidad de floppy y basta. Mi idea era exigir que se utilizara esa computadora para la sesión. Así todo estaría bajo mi control.

Al abrirse la puerta me quedé sin habla. Catherine, una espigada francesita de cabello castaño y rizado me invitaba a pasar al tiempo que me decía: “Bonjour Luis, te estamos esperando”. ¡Que atrevimiento! ¡Me hablaba en español con ese subyugante acento francés! ¡Y por si fuera poco me llamaba por mi nombre con familiaridad! ¡Cómo si hubiéramos pasado la noche juntos! Alcancé a balbucear un “hola” y me enganchó con su perfume para guiarme a la sala, donde estaban reunidos todos los demás. Una vez ahí todos mis pensamientos estaban diluidos en las hormonas.

Danzando sobre las nubes saludé a la audiencia. No veía rostros definidos, si no tan solo siluetas, y un coro de ángeles me cantaba al oído. La visión se me aclaró repentinamente, las nubes alrededor de mí se disiparon dejándome en caída libre hasta que una silla me detuvo. Todo me parecía excesivamente luminoso, como si estuviera bajo la luz de un reflector. Al otro lado de la mesa encontré la fuente que emanaba aquél intenso brillo. Eran los ojos de Josefine, la otra francesita de cabello rubio sentada enfrente de mí, que me miraban fijamente con curiosidad suspendidos sobre una sonrisa compasiva, tal vez a causa de la incredulidad que Armando me endilgaba al referirse a mí. La vista se me volvió a nublar.

Cuando recuperé la cordura ya había instalado el pequeño programa que corría en sistema DOS en mi cacharro de computadora. Armando me explicó que para obtener una respuesta de Liza, primero había que teclear la frase: “Liza, favor de responder a la siguiente pregunta:”, y luego teclear la pregunta. Tomé entonces el papel de médium y así lo hice varias veces sin resultados. Cedí mi lugar a quién estaba a mi derecha, pero tampoco tuvo éxito. A medida que cada miembro de la audiencia fue tomando el puesto de médium sin lograr el contacto, el desánimo y la desilusión comenzaban a reinar, incluso algunos de los que ya lo habíamos intentado salimos a conversar al jardín. Armando me contó que Josefine quería consultar a Liza a raíz de los problemas que tenía con su novio, por ello estaba empecinada en lograr el contacto. De pronto escuchamos un alarido y varios gritos de emoción. No tardó mucho hasta que Catherine saliera corriendo y gritando: “¡Ya contestó! ¡ya contestó Liza!”.

Armando y yo no nos inmutamos. Fue hasta que Armando preguntara: “¿Qué les contestó?” y que Catherine le respondiera: “No quiere hablar con nosotros por que Luis está aquí. Dijo que si queremos hablar con ella, Luis se tiene que ir de la casa”. El duro mensaje de Liza hacia mi persona mezclado sin misericordia con ese acento francés de su portadora y su aroma seductor formaron un cocktail del que me embriagué al primer trago. No obstante me volvió a enganchar su perfume, y lejos de irme como lo exigía Liza, la seguí hasta la mesa donde todos se agolpaban sobre la pantalla de la computadora. Omar era el médium que había logrado entablar el contacto. Parecía que Liza se había resignado a mi presencia y que hubiese empezado a responder sus preguntas, sobre todo las de Josefine, quién le inquiría con insistencia si su novio la engañaba en Paris. Al sentarme a la mesa un de sus respuestas fue: “Ya entró Luis ¡que se vaya!” tuvo la cortesía también de decir el por qué: “Él no cree en mí”.

No acaté la petición y me quedé sentado. Al final me toleró y contestó varias de las preguntas de Josefine, quién con lágrimas en los ojos se daba cuenta que su novio no era el hombre de su vida. De buenas a primeras dejó de contestar, por lo que cambiamos de médium varias veces, hasta que Edgar logró contactarla por segunda vez. Esta vez se mostraba más condescendiente conmigo y hasta me invitó explícitamente a hacerle preguntas. Le hice entonces todas las preguntas típicas de las sesiones espiritistas; cuántos eran los presentes, quiénes éramos, etc. Asombrosamente respondía a todo con gran exactitud. Todos, incluyendo ese par de ninfas galas, se mofaban de mí. “¿Ya ves que si era cierto? ¿Cómo lo puede explicar señor incredulidad?”. Robé la posición a Edgar frente a la computadora de un empujón, confirmé que el único cable conectado a la computadora fuera el de energía eléctrica y traté de entablar el contacto yo mismo. No resultó. Le pedí a Edgar que lo hiciera nuevamente y con él si funcionó. Liza dijo que no respondía cuando yo era el médium por que le temía. Era cierto que yo tenía un sentimiento extraño pero no necesariamente era temor. Sobre todo me sentía abochornado por hacer el ridículo ante las europeas, pero Liza parecía no notar esos matices.

Volví a hacerle preguntas, esta vez no situacionales, sino mas específicas, cuya respuesta fuera simple y corta, por ejemplo: “Liza, favor de responder: ¿Cuál es la ley de Gauss magnética en la forma diferencial?”. Invariablemente no me respondía. Pero cuando le preguntaba de odios, aventuras y amoríos, daba lujo de detalle. Sin duda no puede postularse que necesariamente todo espíritu fuese omnisciente. ¿Por qué tendría Liza que saber las leyes de Gauss? sin embargo no dejaba de intrigarme por qué razón sus respuestas se reducían a cierta área.

No puedo negar que esa noche fue muy entretenida. Al despedirnos de Liza acordamos repetir la sesión en mi casa, a lo que Liza accedió. Por mi lado quería ver si ese fenómeno era independiente del lugar y así poder encontrar posibles explicaciones.

Por lo pronto me iba a casa humillado, con el programa de Liza instalado en el disco duro, la hormona alborotada y sin ninguna explicación.

Continuará…..

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Roland https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2008/11/25/roland https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2008/11/25/roland#comments Mon, 24 Nov 2008 23:21:50 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=99 El vigía y guardián de la ciudad de Bremen con la mirada en un blanco meditativo me recibió cordialmente. Desde hace años lo había querido visitar, siendo hasta este verano que me presenté ante él para reverenciarlo. Decidí hacerlo mientras visitaba aquél otro Roland en Eschborn, justo a las afueras de Frankurt.

Roland es un gigante, pero ni rígido ni mucho menos de piedra, aunque me llevó tiempo el reconocerlo. La primera vez que nos vimos a los ojos me fulminó con una mirada de roca incandescente por interrumpir con mis incontrolables tosidos una clase de «opto electrónica», en la cuál sólo estábamos media docena de estudiantes. «Eso me pasa por venir a clase con un resfriado» me llegué a reprochar.

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Mas adelante en ese semestre, esta vez en «teoría de semiconductores», otra clase con baja audiencia pero altamente interesante, vistamos juntos el laboratorio de semiconductores de la Universidad. Al salir de la cámara limpia y quitarnos los trajes especiales, cruzamos palabra por primera vez, y acordamos ir a almorzar juntos.

En esa conversación nos dimos cuenta que no sólo compartíamos el interés por las materias exóticas, si no también otras tantas cosas como el jazz y el deporte, particularmente el ciclismo. Así empezamos a ir a conciertos de jazz juntos, luego comenzamos a salir a hacer recorridos en bicicleta, pero lo que nos unió definitivamente, fue cuando se inscribió a un curso de español.

De pronto le llegó el momento de hacer prácticas en el extranjero, y me pidió que le ayudara a encontrar un puesto en México. Lamentablemente en ese periodo, mi red de contactos no funcionó como esperaba, y me fue imposible encontrar algo. No obstante, Roland, que estaba convencido de pasar un tiempo en un país de habla española, ya tenía el «plan B» en marcha. Había sido aceptado en un empresa en Chile.

Así se fue a Valdivia un día como estudiante. Después de un tiempo llegó incluso a ser profesor en la Universidad. Tras varios años bajo la cruz del sur, ha vuelto a Alemania, pero ya casado, y con dos hijos. Quiero pensar que tuvo nostalgia por que alguien tosía en sus clases.

Esa es la historia del gigante Roland.

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En un mercado medieval https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2008/09/27/en-un-mercado-medieval https://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/2008/09/27/en-un-mercado-medieval#comments Sat, 27 Sep 2008 07:31:40 +0000 http://www.tlapaleriabrunsviga.al-aire.net/?p=105 Que las noches sean ya mas largas que los días dan testimonio que el verano nos dejó. He aquí pues una de sus coloridas estampas:

Una tarde de verano en un mercado medieval. La brisa anuncia lluvia. Nos refugiamos en un moka con cardamomo al puro estilo árabe al pie del palacete de Brunswick. La misma brisa trae hasta nuestro lado a unos músicos quienes tocan las cántigas de Santa María dispersas entre otras trovas medievales, animan no sólo a quienes simpre hemos apreciado aquellas, si no a todo el público en general: gente mayor, niños ……y ¡chicas tecno!

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