La dos de la tarde de un jueves soleado. Es la hora de la reunión del equipo de diseño. Llego puntual a la sala de juntas “Gauss” que está desierta prácticamente. Tan sólo un puñado de sillas están ocupadas. Franz, de pié frente al atril y con la presentación ya lista, bromea con los presentes.
Tomo mi lugar junto a la ventana a través de la cuál observo el cielo azul intenso impregnado por un sol radiante. Pasa por mi mente un viejo recuerdo; Al llegar a Alemania hace 8 años, durante los primeros días soleados de la temporada, me sorprendía que todas las personas querían tomar café en las terrazas, o andar en bicicleta, o simplemente tenderse al sol sobre el césped. Alguien me preguntó alguna vez mientras me quedaba solo en la sala de computadoras: “El sol brilla, ¿por qué no sales a disfrutarlo?”. Yo no veía nada de especial en ello. “Ese es justamente el trabajo del sol y la cosa mas normal del mundo” pensaba. Tuve que pasar el primer invierno para descubrir mi gran error. “Ni hablar”, me digo “tenemos que pasar la siguiente hora de nuestras vidas en esta aula hablando del status de nuestro proyecto”.
A las dos con cinco minutos nadie mas ha llegado. Es algo inusual. Franz pergunta: “¿Dónde están los demás?” . Alguien responde: “Tal vez en Okercabana comiendo un helado”. Okercabana es la playa artificial al lado del Oker, ubicada en el parque de la ciudad, a unos pasos de nuestras oficinas. Al pronunciarse en alemán, se escucha algo así como “Okacabana”, aludiendo a la plaza de Río, Copacabana. Bien pudo haberse llamado “Okapulco”.
Franz voltea a ver el primer folio de su presentación y dice: “Bueno, vamos a cancelar la reunión. ¡Los invito un helado!”.
Nadie contradijo al jefe. Cruzamos el parque en caravana. Quién nos haya visto pudo haber pensado que se trataba de un equipo de baloncesto, con cuatros integrantes por encima de los 2 metros. Ya en el paraíso por un camino de madera llegamos a pedir nuestros helados, para luego hundir los pies en la blanca arena y finalmente tendernos en los camastros. Por alguna misteriosa razón estaban todos los miembros del equipo, ahí sí. La escena era genial por reunir a todos esos sesudos ingenieros de diseño, verlos relajarse y refrescarse con la brisa del Oker y las notas de acid jazz. Durante esa hora al sol sobre la arena blanca no se contaminó el aire puro con palabras sobre el trabajo. Solamente chistes, bromas y anécdotas animaban la conversación. Faltó poco para que ordenáramos la primera cerveza después del helado. Así pues, esa tentación hizo que el regreso al trabajo, ya de por sí difícil, fuera una labor de titanes. Pero con todo profesionalismo, a las tres de la tarde todos estábamos de regreso en nuestros lugares, cumpliendo así la proeza.
Pero habría revancha. Una vez terminada la jornada laboral, dos colegas pasaron por mí para saldar esa afrenta con las espumosas.